TIEMPOS Y CIRCUNSTANCIAS

Por Alfredo Bielma Villanueva



A diferencia de las estrellas fugaces que no dejan huella de su paso en el firmamento, salvo una transitoria estela luminiscente que pronto se apaga y desaparece, en política se producen acontecimientos esporádicos que repetidos en el tiempo marcan una época, dejan huella y definen el carácter de quienes los protagonizan.


En el pequeño universo de la aldea veracruzana han acaecido en los últimos días interesantes hechos que sin duda serán referencia en la historia política local en cuanto al tema de sucesiones de gobierno. Su registro es inevitable debido a que se apartan de la ortodoxia y a las circunstancias en que se producen, y tiene cierta analogía con procedimientos y actitudes ocurridos en otro tiempo, circunstancias y lugar.


Corría noviembre de 1993, en los corrillos políticos del Distrito Federal y del país no se hablaba de otro tema que no fuera el de la sucesión presidencial en el que sobresalían los nombres de Manuel Camacho Solís y de Luís Donaldo Colosio, regente del Distrito Federal y Secretario de Desarrollo Social, respectivamente. Otros nombres se escuchaban, los de Pedro Aspe y Zedillo entre ellos, pero no concitaban la atención como sí los dos primeros. Enrique Márquez, quien fuera asesor de Manuel Camacho en el gobierno del Distrito Federal relata en su libro salido a la luz pública en 1995 ¿Por qué Perdió Camacho? el interesante episodio en que Salinas de Gortari decidía su sucesión y “la guerra tremenda que el aparato y sus aliados desataron-desde las primeras horas del día del destape-contra Camacho”.


Cuenta que le dijo el Regente que en el desfile de 20 de noviembre de 1993, en el balcón principal del palacio, el presidente Salinas se mostraba esquivo con él y que ante un planteamiento suyo respecto de algunos problemas nacionales le contestó que “eso lo tendría que ver el candidato a la presidencia”, lo que con otras palabras le indicaba que el elegido no había sido él. Entre ésa fecha y el 28 en que se “destapó” públicamente a Colosio, entre bambalinas se tejieron las consabidas intrigas y movimientos “tácticos” tanto del presidente Salinas como del equipo que encabezaba Córdoba Montoya (Patricio Chirinos, Serra Puche, Pedro Aspe, Zedillo) para bloquear cualquier intento de Camacho para revertir con presiones la decisión ya tomada porque ellos defendían el proyecto económico neoliberal con el que Manuel Camacho no estaba plenamente identificado.


¿Por qué no fui yo? preguntaba Camacho a Salinas, a sabiendas que la respuesta giraba en torno al continuismo, ese al que aspira todo hombre cuando en el ejercicio del poder puede decidir quien será su sucesor. Él, Camacho, que en los difíciles días, semanas y meses subsiguientes a la complicada elección de 1988 se convirtió en el artífice de las negociaciones salinistas con izquierdas, derechas y otros factores de poder en México para que pudiera arrancar el gobierno de su amigo, el presidente Salinas de Gortari. Éste que ahora le insistía que fuera a saludar al elegido Colosio porque “eran las reglas del sistema” y le insinuaba que en caso negativo no podía responder de las reacciones. Al tiempo que Camacho le respondía: “Esta bien, entonces yo sabré de donde vienen las reacciones y actuaré de la manera más conveniente”, (Un dialogo que pudiera repetirse aquí y en China).


Por su actitud poco ortodoxa Camacho sintió el hostigamiento en la prensa y en las medidas que dictaba su amigo el presidente entre sus colaboradores para estrechar sus márgenes de acción. Después del “destape” de Colosio y la resistencia de Camacho a expresarle su adhesión ya sabemos qué sucedió; vino el linchamiento a través de las plumas de siempre, se armó toda la trama sobre el llamado “berrinche de Camacho” que enturbió la campaña colosista y que obligó al “no se hagan bolas” de Salinas.


En días previos al “destape” Camacho y Colosio coincidían en que era necesario transitar hacia la democracia porque el sistema del presidencialismo absolutista ya estaba agotado, y porque su destino personal en ese momento estaba sujeto a la decisión de un solo hombre. Sabían por experiencia que la etapa sucesoria debía tener ingredientes adicionales a la expresión del patrimonialismo del poder. “Hoy vivimos en la competencia, y a la competencia tenemos que acudir. Para hacerlo, deben dejarse atrás viejas prácticas; las de un PRI que sólo dialoga consigo mismo y con el gobierno, las de un partido que no tenía que realizar grandes esfuerzos para ganar” dijo Colosio en aquel discurso del 6 de marzo de 1994.


No mucho tiempo transcurrió pero mucha agua pasó bajo el puente y en el año 2000 se dio la alternancia y con ella el jaque mate al presidencialismo autoritario. Pero tal parece que el centro de gravedad del voluntarismo sólo cambió de ubicación; así parece si se juzga por la intervención determinante de gobernadores de indistinto partido en los eventos de su sucesión, es decir, los gobernadores se arrogaron la facultad autoritaria de decidir quien será su sucesor.


Pero en este sistema cada vez más caduco se escuchan persistentes voces de quienes repelen la continuidad de los añejos procedimientos y buscan airar el ambiente al rechazar la siempre indigna disciplina acrítica que por muchos años ha caracterizado a la militancia priísta. Esa es la lectura que podría darse en Veracruz a la actitud adoptada por uno de los precandidatos al gobierno local. Romper viejos moldes es un reto que no cualquiera se echa encima.


Como el hubiera no existe, nunca sabremos qué habría acontecido si Héctor Yunes Landa aún permaneciera agazapado siguiendo el ritual de no moverse, según la antigua conducta que bien pintó Fidel Velázquez cuando afirmaba que “el que se mueve no sale en la foto”


De lo que sí pudiéramos estar seguros es que se repetiría la lección que narra José Enrique Rodó (el “Maestro de América” del primer tercio del Siglo XX), cuando describe el triste destino que su inmovilidad le deparó a una de las tres aves que iban instaladas en el palo más alto del barco que se hizo a la mar. De las aves, una, temerosa de lo desconocido, sin arrestos para la aventura, adoptó la actitud típica del rebaño, o de la parvada en este caso, y regresó a puerto seguro; otra, más audaz, confiada en su fortaleza emprendió el vuelo hacia delante en busca de su destino, mientras, la última sigue allí en la inmensidad del mar, inmovilizada en el mástil principal del barco, sujeta a su incertidumbre y al vaivén de las olas, atada a la esperanza de que la nave llegue, si llega, a su destino.


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Julio 2009